DIFERENCIAS CULTURALES

¡Buenas tardes!

Espero que la semana esté yendo requetebien. Al menos la mía ha empezado de maravilla con un sol espléndido que hacía 365 días que no veíamos (casi literal) y que pone a uno rojo el escote y le saca la felicidad que lleva dentro.
Esta última etapa en la universidad está siendo muy tranquila, ya sin clases y a penas sin nada que hacer pero el jaleo llega mañana cuando empiece a corregir esos 100 exámenes a los que miro con recelo desde mi postura de vagueo en el sofá. Eso, sin contar con otros 100 que caerán la semana que viene más los últimos exámenes orales que serán los más lentos y pesados de la historia. Me imagino que serán una cosa así:
Yo: Hola, ¿qué tal?
Alumno: Yo estoy bien. Gracias.
Yo: ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
Alumno 1: Yo gusto tenis mucho. Juego todos los días con mis amigo.
Alumno 2: Me encantan la paela pero no me encanta el chorizo.
Alumno 3: Viajar. Cuando tuve doce años visité Málaga con mis familias.
Y así, alumno tras alumno. Zzzz.

Hoy cuando he ido a recontar y recoger la enorme pila de exámenes, me he encontrado con unas alumnas que iban a verme a mi despacho. Bueno, en realidad estaban llamado al despacho de otro profesor pensando que era yo, en fin…
Me han preguntado que qué narices es lo de los pronombres de Objeto Directo e Indirecto señalando casi con asco un ejercicio de una fotocopia que llevaban en la mano. Después de decirles con mucha calma las páginas del libro que tenían que volver a estudiar se han ido con una sonrisa dándome las gracias. “Gracias, gracias, muchas gracias. Adiós, gracias.”
Me he dado cuenta de que nunca he hablado por aquí de las diferencias culturales que he ido observando desde que empecé a dar clase aquí hace tres años ya, así que ¡allá vamos!
Con estereotipos y todo lo que queráis pero que no me quite nadie mi juego de cartas de las familias

Como decía, esa es la primera, el gran GRACIAS. Recuerdo que en mi primerísimo día de clase, ese en el que me olvidé de decir mi nombre, terminé la clase, cerré el libro y mientras los alumnos iban saliendo del aula, me iban diciendo “gracias”, “grasias”, “glasias”. Prácticamente un gracias por cada alumno. Pensé que sería porque era el primer día o porque quizá me habían visto muy nerviosa pero no, al día siguiente y ya hasta que terminó el curso tuve gracias por doquier.
Así que me apliqué el cuento y ahora, antes de terminar la clase, entre que les digo que estudien y adiós, meto un “gracias” casi sistemático. Tengo que decir que me encanta esta buena costumbre de ser educados o al menos parecerlo :)

Para contrastar con una mala costumbre, paso a comentar cuánto odio lo mucho que bostezan en clase. Yo pensaba que evitar un gran bostezo o al menos ponerte la mano en la boca era algo universal pero parece que no porque, amigos, resulta que para ellos es una forma de demostrar lo cansados que están y el esfuerzo tan grande que están haciendo por estar en clase. Increíble, ¿verdad?
Lo malo de estas diferencias culturales es que por mucho que te digan que los chinos eructan para demostrar aprecio, tú siempre vas a pensar que son unos cochinos porque así te han educado y eso es difícil de cambiar. ¿Quizá después de años y sumergiéndote en la cultura? No sé, el caso es que yo llevo aquí tres años, estoy más que sumergida y me siguen pareciendo unos maleducados. A veces pienso que algunos bostezos llegan hasta la clase de al lado y cabrean a ese pobre profesor.

Otra cosa que les da por hacer es sacar algo de comida en clase y ponerse tranquilamente a comer. Además suele pasar cuando a mí me suenan las tripas. No falla.
Intento hacer que no me importa y si es algo pequeño les dejo pero recuerdo que un día un alumno sacó una caja de tomates cherry y aquello se convirtió en la Tomatina. Los tomates rodando por la moqueta, unos pisándolos, otros comiéndoselos del suelo, un trajín.
 
La Tomatina, fiesta española celebrada en Buñol

Otra cosa fascinante es la falta de asistencia a clase, es algo brutal.
Nada más empezar a trabajar mi jefa me comentó que no me preocupara, que solían faltar a clase muchos estudiantes a las pocas semanas de empezar el curso pero yo pensé que no sería para tanto. Bah, al fin y al cabo, hace nada que yo dejé de ser estudiante, así que me sé lo de saltarse clase para quedarte en casa o quedarte en la cafetería. Pero esto es punto y aparte.
Porque aquí no es que dejen de venir los malos y traviesos, es que dejan de venir todos hasta el punto en que más de una vez he dado clase a tan solo una alumna. Eso sí, no damos clase sino que hablamos de cosas de la vida porque, pobre, al menos que viene…
Y claro, también me ha pasado que en un par de ocasiones fui a clase y allí no había nadie, N-A-D-I-E. ¡Qué subidón volver a la oficina o a casa! Parecía una estudiante más.

Por último, os hablaré del misterio de la foto. Resulta que, según parece, los chinos tienen la costumbre de hacerse una foto con su profesor el último día de clase. Claro, yo eso no lo sabía y la cara que le debí poner a mi pobre alumna china debió ser un cuadro.
Después de que les dijera que les fuera todo muy bien en la vida, vino sigilosamente hacia mí, se puso de lado y me susurró algo.
Yo no entendía hasta que vi que estaba con su móvil usando la cámara. Me puse nerviosa y dije en alto, “venid que nos vamos a hacer una foto”. Cuando me giré, ya no había nadie en clase, solo quedaba la chica que nos hizo la foto, ella y yo.
La verdad es que me parece un recuerdo bonito pero ¿solo con tu profesor?

Con mi alumna el último día de clase

Quizás sea un poco etnocéntrica  pero prometo que estoy aprendiendo y ya la próxima vez no pondré caras raras si me piden un autógrafo o bostezan a cien decibelios.


Y a vosotros, ¿os ha pasado algo parecido alguna vez? ¿soy la única rara? ¡Espero que no!

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