EXÁMENES Y CORRECCIONES MIL

¡Hola, hola!

Ya estoy de vuelta. Por fin. Desde luego, el tiempo pasa volando y es que he estado como loca con los exámenes del primer semestre y corrigiendo sin parar para poder volver a España sin líos, con la mente despejada y con mucho tiempo para reencuentros y polvorones. Así que perdonad el retraso.

Por eso, hoy me gustaría hablar de dichos temas, que son:
  •       La locura de examinarse
  •        La megalocura de corregir
Empezaremos con el primer apartado, en el que intentaré explicar por qué le llamo “locura”. 
Y bien, hoy justo hace dos semanas desde que se examinaron cuarenta de mis alumnos, los principiantes y los que están en segundo año.

Como suele suceder, dedicamos toda la semana a practicar ejercicios y repasamos con exámenes de otros años prácticamente iguales en cuanto a preguntas y a formato.
A veces, suceden cosas inexplicables como que una de tus mejores alumnas se te ponga a llorar al terminar la clase porque dice que tiene muchíiiiiisimo que repasar. ¡Qué pobre!

Os aseguro que para mí son días de mucho estrés porque quiero que practiquen todo lo que puedan y más y que me pregunten mil dudas. Como siempre, desgraciadamente las dudas no surgen en clase si no que se me aparecen a mí en forma de largos y pesados correos electrónicos el día antes del examen, del tipo: “¿por qué a veces se dice me encanta y otras me encantó?” (el estudiante que no sabe por dónde empezar a estudiar) o “¿tenemos que contestar las preguntas en español?, es que en el instituto lo hacíamos en inglés” (el estudiante que sigue teniendo 13 años) o “¿me podría indicar, por favor, el vocabulario que va a entrar en el examen?” (el listillo).

Después de este suplicio, llega el momento de hacer las fotocopias de los exámenes, revisar una y mil veces que no hay fallos, asegurarse de que ningún alumno se queda sin fotocopia, fijarse en que las aulas son adecuadas para examinarse y controlar qué alumnos hacen el examen en otras clases debido a sus condiciones médicas. (Ya os hablaré de ello más adelante.)

A continuación, llega el gran día: el día del examen. Puede parecer una tontería pero yo no consigo dormir bien la noche anterior, sueño constantemente con que llego tarde o sucede algo, y luego me paso el día con los nervios a flor de piel. Jamás habría pensado que el profesor se pondría tan nervioso. Yo que les veía ahí en clase leyendo un libro tranquilamente mientras a nosotros nos sudaban las manos.



Pero francamente lo que me pone más nerviosa de todo es pensar en que puedan copiar. En esta universidad se supone que si te pillan copiando te expulsan para siempre, ya no puedes volver a estudiar aquí y a mí me genera un estrés que nadie lo sabe. La verdad es que suelen tomárselo muy en serio y no se ve nunca a nadie intentando copiar. No sé si es por su cultura o por la frase de terror que les suelto antes de empezar sobre que no quiero miraditas sospechosas o de lo contrario quedarán expulsados para siempre (JA-JA-JA: qué mala soy).

Este año no ha habido ningún imprevisto sin contar que un chico llegó 10 minutos más tarde jadeando y regañándome porque no había leído que el examen iba a ser en un aula distinta, sin contar que tuve que cambiar la disposición de las mesas, que pesaban 100 kilos ,en numerosas ocasiones y sin contar que dos días más tarde recibí el correo de una alumna diciendo lo siguiente:
(os dejo la traducción)

Hola, Patricia:
¡Perdón por faltar al examen ayer! Te cuento lo que pasó. Ayer sobre las 11 de la mañana desayuné cereales con leche y no me di cuenta de que la leche estaba caducada porque estaba distraída repasando para el examen. Cuando iba a salir de casa, se me puso mucho dolor de tripa y tuve diarrea. Intenté ir igualmente pero era tan doloroso que tuve que ir al baño varias veces. Perdona por decírtelo tan tarde. Llamé a una compañera de clase para decirle que te comentara la situación pero me acaba de escribir diciendo que se le olvidó. He intentado enviar una justificación formal de por qué no pude hacer el examen pero no sé cómo se hace. Me gustaría repetir el examen cuanto antes, ya que me tengo que centrar en los otros exámenes que tengo. ¿Lo puedo hacer la semana que viene?
Lo siento y gracias.

No, no y no. La verdad es que me enfadé muchísimo cuando lo leí pero después coges perspectiva, como haces con todo lo demás, y ahora me río mucho. Al día siguiente tuvimos una cena de Navidad con los compañeros del trabajo y se lo conté a todo el mundo. Me moría de la risa mientras les decía “¿te imaginas que me manda una foto del baño como prueba?” hasta que los que llevan más años trabajando aquí me dijeron que ellos ya habían recibido varias fotos de vómitos. ¿Qué QUÉ?! ¡Puaj!
Gracias a Dios, a mi alumna eso no se le ocurrió pero tras unos correos me comentó que no tenía ningún inconveniente en enviarme una foto del brik con la fecha de caducidad. Obviamente eso no sucedió pero ahora no lo puedo evitar y siempre me la imagino haciéndose un selfie con el brik.

Y… ¡pasamos al segundo apartado! La MEGAlocura de corregir.

Reconozco que antes de empezar en esta profesión, cuando daba clases particulares, ¡me encantaba corregir! Ahora, cojo con ganas el primero, y cuando corrijo el último ya no sé ni lo que digo.
Siempre intento darme un pequeño descanso o recompensa (chocolate/chuches) cada vez que corrijo cinco exámenes, así parece que se me hace más llevadero. Pero a veces, ¡ni por esas!

Es una tarea monótona, en la que tengo que usar la calculadora para apuntar la nota final (todo el que me conozca sabrá que no sé ni calcular lo que me corresponde pagar al pedir la cuenta), en la que me como la cabeza por qué nota dar, en la que luego comparo con otros exámenes y la bajo o la subo, en la que me dejo los ojos porque no distingo o entiendo lo que ponen, en los que les escribo feedback y me pongo seria (ya sin caritas sonrientes) y en los que vuelvo a subir o bajar la nota.

Os dejo un ejemplo de los que no sé por dónde empezar a corregir y al final decido no corregir porque si no, les escribo el texto entero (fijaos hasta donde llega el color verde):



Luego, hay ocasiones en las que me quedo maravillada por todo lo que escriben en la hoja en sucio. ¡No quiero ni imaginarme qué hará esta chica cuando sepa más tiempos verbales!:



También hay otros que con lo poco que saben, ya te cuentan su vida entera. Como que su padre es gordo y tiene más dinero que su madre:


Y luego, están mis favoritos. Los que se vuelven locos y se escriben a sí mismos en el examen. No tengo claro de si es con la finalidad de que yo lo lea o para animarse a sí mismos.

Está el que confiesa en letra pequeña y en el margen que no ha estudiado lo suficiente:



Está el que se prohíbe a sí mismo con exclamaciones usar frases de las que no esté seguro:



Está el que está aprendiendo dos idiomas a la vez y ¡uf! Les parece un jaleo tremendo. Esta directamente dice: STOP FRENCH. Y luego lo tacha, no vaya a ser que lo vaya a ver yo, a pesar de que lo escriba en mayúsculas y en un recuadro:



Ahora, queda lo peor: darles las notas. Repasándolas, he comprobado que ha pasado lo mismo en los cuatro grupos. Más o menos han suspendido la mitad de cada clase o, viéndolo de forma positiva, han aprobado la mitad de la clase.

Pero bueno, en realidad siempre sucede lo mismo después del primer semestre: se confían, suspenden y se llevan el chasco y luego progresan y maduran rápidamente.

¡Espero que este próximo 2018 no sea ninguna excepción!

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